El problema, al fin y al cabo, es simple. Se resume en una palabra: principios. Para sobrevivir en el interior de la placenta de cualquier tribu, da igual si ésta es familiar, étnica o ficticia, que es el caso que nos ocupa, las convicciones estorban y las creencias íntimas molestan. Si además se pretende conservar el respeto (sincero) de los demás o prosperar, directamente ofenden. La ley marcial de la unanimidad (obligatoria) prescribe en estos supuestos que lo conveniente es dejar a un lado las ideas propias para abrazar –con entusiasmo y rodeado de un hermoso océano de banderitas– los dogmas de nuestros (el posesivo es indispensable) sumos sacerdotes, los infalibles custodios de los primitivos arcanos de la Santa Comunidad.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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