El término no es excesivamente afortunado. Pero es el que hay. Un mero calco del inglés. Disrupción: Dícese del proceso mediante el cual algo irrumpe de forma brusca en un determinado contexto produciendo un corte radical. En español existe como adjetivo pero aún no ha sido validado por la Academia como sustantivo. Es el mantra de moda en el mundo de los negocios tecnológicos, en los que algunos creen atisbar uno de los posibles rostros de la modernidad, aunque sus facciones no estén todavía excesivamente definidas.
Internet es quizás el fenómeno disruptivo integral: una tecnología global que modifica el mundo y, de paso, nuestra percepción íntima sobre casi todas las cosas. Los grandes cambios sociales siempre son, antes que nada, una cuestión óptica: las cosas cambian porque a partir de un determinado momento ya no las vemos como antes. Lo demás viene por añadidura. En Sevilla, ya lo sabemos, no existe demasiada fascinación por los cambios bruscos. De disrupción ni hablamos. Esta ciudad se ha caracterizado durante mucho tiempo por un apego desmesurado hacia lo tradicional que nos convierte en una suerte de anomalía y, para algunos, en un singular objeto lírico.
Un sitio donde en lugar de evolucionar con el tiempo lo que se ansía es detenerlo mediante una serie de imágenes repetidas de forma infinita. La construcción de la identidad colectiva de una ciudad siempre es una tarea inexacta. Parte de determinadas circunstancias pero sólo se afianza gracias a patrocinios interesados de sectores sociales que buscan perpetuar el statu quo. Algo, en teoría, difícil de conseguir en el mundo actual, donde todo muta, se sucede, se renueva y la realidad se ha fragmentado en un caos tan incómodo como fascinante.
Estos días Sevilla acoge una nueva edición del evento blog (EBE), el cónclave de los apasionados de la web social. La cosa empezó gracias a la locura de unos cuantos sevillanos inquietos, entre ellos el sociólogo Luis Rull. Unos años después se ha convertido en una marca local con posibilidad de salir al exterior. Es un ejemplo de cómo desde Sevilla se puede proyectar una imagen diferente a la convencional que sea, además, verdadera, cierta, no impostada. El EBE es una muestra suficientemente ilustrativa de que no toda la ciudad está sesteando en los viejos tópicos, sino que existe una Sevilla –desconocida por muchos, pero emergente– que se mueve, participa y quiere ser protagonista del mundo en el que vivimos. Además, desmiente a los costumbristas y al alcanfor vociferante de ciertos periódicos: no estamos condenados a seguir entendiendo Sevilla con las mismas claves de antaño. Existen otras.
Curiosamente es una iniciativa privada: rara avis en un entorno social acostumbrado al patrocinio institucional hasta para salir a la calle. A medida que ha ido creciendo y expandiéndose el EBE ha conseguido patrocinios institucionales y apoyos múltiples. Supongo que no todos inocentes. El éxito tiene esa virtud: es pegajoso. Todo el mundo quiere un trozo. Ahora todos, incluidos los políticos, celebramos que Sevilla acoja este encuentro social. Pero durante mucho tiempo fue la ocurrencia de unos pocos dementes, gente que no conocía casi nadie –en los habituales foros de la sociedad civil– y que, quizás justo por todo esto, decidieron crear su propio espacio abierto a los demás. En horizontal, sin jerarquías, diseñado para compartir el talento colectivo.
La tecnología, ya lo sabemos, no es más que un instrumento. Un medio para alcanzar determinados fines. Lo importante son las ideas que hay detrás, las dudas, la maravillosa inseguridad que genera el vacío y el entusiasmo por esas cosas que parecen condenadas al fracaso. No todo es perfecto. En el mundo digital hay muchos diletantes: individuos que predican de todo sin saber nada. En periodismo, al menos, yo he visto pontificar en mesas redondas sobre nuevas tecnologías a (supuestos) periodistas digitales que nunca han dado una noticia. Tipos que no saben investigar, contrastar, ni jerarquizar. En algunos casos, ni escribir.
Su ecosistema mental se limitaba a la red y las comodities sevillanas: el fútbol y las cofradías; materias ambas que, como es sabido, son trascendentes en la economía contemporánea. Por eso siempre hablaban del cómo sin profundizar en el qué. Conviene andarse con siete ojos en la galaxia digital, rebosante de tantos predicadores de ocasión. El espíritu que la anima, sin embargo, es fascinante. Representa ese afán libérrimo que necesita esta ciudad para dejar de una vez las elegías sobre un pasado que no va a volver y empezar a caminar hacia un futuro que ya está aquí y que, de hecho, es un presente del que esta ciudad no debería quedar descolgada. Sevilla se mueve (aunque no lo parezca). Y es una excelente noticia.
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