La creación literaria es una actividad individual. Un ritual solitario. Una práctica autárquica. Un escritor –da igual si se trata de un novelista, un poeta, un redactor de panfletos políticos o un articulista de periódicos– puede aspirar a dirigirse al orbe entero, pero para conseguirlo antes debe encerrarse solo en un cuarto y hablarse a sí mismo. Desde T.S. Eliot, uno de nuestros particulares dioses laicos, sabemos que la relación entre la tradición y el talento individual marca la historia de la literatura. El crítico estadounidense, que ejerció desde la editorial londinense Faber & Faber un influyente mandarinato cultural, escribió que en poesía es necesario distinguir entre el autor que crea y el hombre que sufre, postulando de esta manera la despersonalización total del acto literario. Su propuesta es una reacción alérgica ante los excesos del Romanticismo, obsesionado con el sujeto y tendente al sentimentalismo.
Las Disidencias del martes en #LetraGlobal.
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