Las edades de cualquier hombre, incluso el más ordinario, pueden resumirse en la posición que a lo largo del tiempo vamos ocupando en las distintas estancias de un teatro. Cuando nacemos –por supuesto, sin que nadie nos pregunte nada al respecto– aparecemos en el gallinero, entre el público, asombrados de estar viendo aquello que sucede entre las butacas o sobre el escenario. A medida que vamos cumpliendo años intentamos, de forma civilizada, mejorar de posición –tratamos así de mudarnos a una platea o acomodarnos en las filas cercanas, si quedan libres– y, en algunos casos, soñamos con subir a las tablas para contarle a los demás nuestra vida con la esperanza (ingenua) de que acabe interesándole a alguien. Imaginamos que una vida feliz, el éxito, termina ese día en el que cae el telón y nos despiden con un cálido aplauso, agradeciéndonos haber hecho pasar un buen rato a nuestros semejantes. No suele suceder.
Las Disidencias en Letra Global.
