La verdadera distancia entre el cielo y el infierno, más que geográfica o simbólica, es óptica. Para quienes no creen en ninguno de estos conceptos, proyecciones cristianas de referentes culturales paganos muy anteriores a los Evangelios, como el Olimpo o el Hades, su significado rige a través del cauce (mágico) de lo metafórico. En cambio, aquellos que profesan alguna fe (ciega) ven estos espacios morales –porque así son formulados por la doctrina católica– una realidad indudable, exacta y profética. La vida sería un mero tránsito entre ambas orillas, que representan los dos destinos esenciales de lo humano. Con la experiencia de la infancia, que es un estado sentimental, sucede algo análogo: hay quien la vive (o mejor dicho: la recuerda) como una etapa vital idealizada, sin peligros ni conciencia, feliz o paradisiaca, bien por su propia rotundidad o por la ignorancia con la que generalmente se habita, tan lejos aún de la preocupaciones adultas. La moneda tiene su reverso: infancias desgraciadas, marcadas por la carestía o la orfandad repentina, sesgadas debido a una fatídica anticipación: la irrupción prematura del mal en la esfera cotidiana.
Las Disidencias en Letra Global.
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