El rostro humano es la expresión del alma, salvo en política, donde –como todos sabemos– la cara, además de para otras cosas, se utiliza para fingir en público un estado anímico distinto al real. Un prócer, como decía Pessoa de los poetas, siempre es un fingidor. En el caso del Gran Laurel, que questa mattina estuvo en las Cortes de Madrid en la batucada Feijóo, investidura escénica sin (todavía) fortuna aritmética, esta máxima no es que se cumpla. Es que es toda una preceptiva. Al Reverendísimo llevamos un lustro viéndole sonreír a todo lo que le da. No existe foto en la que no se muestre agradable. La única ocasión en la que rebajó su éxtasis permanente sucedió hace unas semanas, cuando en el arranque del curso escolar, en el colegio Cándido Nogales de Jaén, dos alumnos le entrevistaron:
–“¿Por qué no acabó la carrera de Magisterio?”
–“Es que empecé a trabajar, y estudiar y trabajar no siempre es fácil”.
Cuando parecía haber despejado el primer balón, llegó el segundo tiro a puerta:
–“¿Por qué empezó después Psicología y tampoco la acabó”.
¡Gol por la escuadra!
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