El acto intelectual supremo, la cúspide del pensamiento humano, es la lectura y su más glorioso derivado: la escritura. Toda la esencia de la civilización humana está condensada, resumida, concentrada, en este doble suceso íntimo que consiste en descifrar en silencio un libro y, acto seguido, en un ejercicio de emulación creativa, componer otro, alimentando esa rueda secular que llamamos tradición cultural. El resto, como diría el clásico apócrifo, sólo es música ambiental. Stefan Zweig (Viena, 1881-Petrópolis, 1942) lo entendía –o quizás sería más correcto decir que lo sentía– así, y aunque haya pasado a la historia como un soberbio escritor de biografías y un memorialista descomunal –léase El mundo de ayer, donde reconstruye el auge y caída de la extraordinaria Europa de su tiempo– es en sus escritos sobre crítica literaria donde de forma más directa muestra la devoción que sentía por libros, autores, historias, traducciones y proyectos editoriales. Acantilado, la firma que fundase Jaume Vallcorba, cuya labor editorial, hecha desde Barcelona, contribuye a que el trato con los grandes nombres de la cultura nos convierta en ciudadanos conscientes, reúne ahora en un volumen una selección de los ensayos literarios –entiéndase desde el punto de vista temático– que el escritor austriaco dedicó a libros y autores predilectos, desde Goethe, padre del canon germánico, hasta James Joyce, a quien además de Ulysses y el Retrato del artista adolescente debemos una hermosísima composición musical –Bid Adieu To Girlish Days– que evoca, igual que la prosa de Zweig, la nostalgia por el pretérito de una cultura paneuropea que lo tuvo todo para deslumbrar al mundo, pero cuya historia se asemeja al canto de un cisne.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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