Contemplar en directo, aunque sea por streaming, el nacimiento de una nación, en este caso la supuesta república catalufa, es todo un acontecimiento. Pero tras ver el espectáculo no podemos decir que la función tuviera épica. Más bien hubo exceso de escabeche. Basta fijar in mente la foto del Govern en pleno, reunido como si hubiera declarado la guerra a sus compatriotas –sí, a sus compatriotas– bajo una lámpara de cristales Gran Imperio, entre maderas oscurísimas y con una iluminación decimonónica, por no decir infame. Si hubiera que juzgar desde el punto de vista estético esta proclamación bucanera, como la ha bautizado para la eternidad el diputat Coscubiela, que es nuestro héroe, la sentencia no sería piadosa. Claro que las historias patrióticas tienen por costumbre la ceguera selectiva: sólo ven lo que les conviene. Lo que les molesta –la oposición, la mayoría no nacionalista, las minorías, el periodismo decente– tratan de someterlo o, si el intento deviene en imposible, lo obvian.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
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