Sólo los escritores auténticamente grandes admiten interpretaciones y esa forma de fecundidad cultural que son las herejías literarias. El universo de desviaciones, controversias y traslaciones que acompaña a los mejores libros. Un texto clásico, sin embargo, nunca cambia; lo que varía con recurrencia es el significado concreto que cada generación –la suma de los distintos individuos que comparten un tiempo determinado– otorga a algunas obras. Signo inequívoco de este fenómeno es el viejo arte –tan sublime como escasamente valorado– de la traducción, que obra el prodigioso milagro de verter en una lengua ajena lo que –sobre todo si se trata de poesía– fue enunciado por vez primera en otra distinta, la auténtica. The Waste Land, el gran poema deT.S. Eliot, un norteamericano de estirpe aristocrática –en una nación sin nobles ni reyes– que decidió convertirse en un caballero monárquico anglicano británico, haciendo verdad el dicho que asegura que cada hombre es el autor de su propio destino, cuenta con una veintena de traducciones al español. De entre ellas hicieron escuela las rubricadas por José María Valverde, Claudio Rodríguez y, más recientemente, la de Andreu Jaume, a quien debemos la traslación para Lumen de la obra lírica de Eliot y una excelente antología –La aventura sin fin– de su abundante obra crítica, un corpus capital para poder entender sus creaciones, profundizar en sus influencias y saborear la impertinencia con la que logró condicionar la interpretación de la literatura en inglés de su tiempo.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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