El triunfalismo electoral –lo evidencia la historia– puebla los camposantos (políticos) de una legión de difuntos que un día fueron gobernantes victoriosos. Nada hay más peligroso para un prócer (inclúyase en esta categoría a los asimilados) que creer que un triunfo electoral le faculta para hacer cualquier cosa. El Reverendísimo, sin ir más lejos, coronado con los fecundos laureles de la absolutísima hace sólo un año, y vencedor indiscutible de las municipales en la Marisma –ocho alcaldías y seis diputaciones–, perdió estúpidamente la batalla de Doñana –se ponga como se pongan los heraldos del Quirinale– por empeñarse en ir en contra del sentido común. Tardará más o menos, pero tendrá que dar marcha atrás. La aritmética parlamentaria plena no es garantía de inmunidad indefinida. Tampoco el escabeche, receta maestra de nuestra derecha indígena, es capaz de evitar que se manifieste el sabor (real) de las cosas.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.