No se ha cumplido todavía un año de la catástrofe de la gota fría de Valencia, que dejó muertos, ruinas y una honda sensación de fragilidad y desamparo que desmiente el optimismo que caracteriza a nuestros políticos –sobre todo cuando se trata de ellos mismos–, y el legado de aquella crisis humanitaria, en un país como España, que se considera civilizado y equiparable al resto de Europa, no es tanto solidario, que es lo que en justicia procedería, sino de orden político. Nuestros gobernantes saben ya que de un día para otro, igual que ocurre en la vida real, todo el apoyo y el patrimonio social que hayan podido conseguir en unas elecciones puede diluirse de forma súbita y sin remedio, igual que una corriente de agua desaparece en un instante por el fregadero. Nadie quiere ser Manzón, probablemente, aunque el susodicho no haya dado muchas señales al respecto al no asumir su responsabilidad política y dimitir, ni Manzón mismo.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.