El Sur de España es, desde tiempos remotos, una tierra de frontera. Esta condición obedece al imponderable geográfico: los casi 1.000 kilómetros del litoral meridional se abren a las aguas de la Mar Océana Atlántica, por decirlo en términos clásicos, y al Mediterráneo Occidental. Andalucía es el resultado de un sinfín de vaivenes de fronteras, que fueron cambiando sin cesar durante los siglos que discurren entre las invasiones del Norte de África y la reconquista castellana, que en las tierras del Mediodía se demoró durante casi doscientos cincuenta años, desde la toma de Sevilla (1248) a la rendición del reino nazarí de Granada (1492). Este legado histórico ha tenido dos consecuencias. Primera: la identidad cultural del Sur de España es una suma (heterodoxa) de distintas civilizaciones, cada una de las cuales ha dejado, en mayor o menor grado, su particular huella. Su herencia. No es posible, salvo por intereses fenicios, definir un hecho diferencial andaluz, al modo de los nacionalismos del Norte. Tampoco cabe hablar, salvo que se quiera incurrir en el ridículo, de pureza cultural, racial o social. Andalucía es sincretismo. Acarreo y mezcla. Sedimentación. Promiscuidad.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.