Los grandes cuadros nunca muestran directamente lo que retratan. Lo evocan. La Sevilla de las postrimerías del XVII, la urbe que según Pierre Chaunu ya había empezado a dejar de ser Sevilla, está resumida, sin aparecer, en la atmósfera del prodigioso lienzo de Murillo que estos días de invierno tardío ha regresado, gracias a uno de esos laberintos circulares de la historia, al Hospital de los Venerables. El San Pedro Penitente, confiscado por el Mariscal Soult, muestra a un apóstol descalzo, igual que un poeta místico, junto a una cueva oscura. A sus pies, un libro caído de pastas blancas, pesado como un pecado mortal. La vista busca el cielo. Los ojos, llenos de lágrimas. Se diría que el gesto es de pavor. Un paisaje tenebroso, al fondo; delante, una llave solitaria. Eso es todo. Desvelar su enigma es tarea del espectador.
La Noria del sábado en El Mundo.
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