No existe un pasatiempo más delicioso que leer a Martin Amis (Swansea, 1949) en estos tiempos (idiotas) de las nuevas masculinidades y las identidades líquidas, dos tendencias sobre las que una cofradía de bobos solemnes escribe obviedades con la vieja voluntad –¡ah, el pasado, ese muerto que siempre está sin enterrar– de épater le bourgeois, acaso para alcanzar por la vía rápida, que suele ser la del escándalo impostado, esa misma condición. Ya lo auguró Harold Bloom: las escuelas del resentimiento persiguen su éxito de forma análoga a los malos magos de las feria, agitando las marionetas de la inexistente bondad universal. Todo esto, por supuesto, ya lo descubrió la patafísica, ciencia paródicacuyo principio rector puede enunciarse así: la regla maestra del universo es la excepción a cualquier norma, lo que –visto despacio– no deja de ser una contradicción en términos. Creer que absolutamente todo es extraordinario equivale a sacralizar la paradoja de que nada lo sea. Algo nada extraño en un mundo donde los que se presentan como defensores de la diversidad son como familias de hermanos mellizos: mismos gustos, idéntico aspecto, análoga cerrazón mental.
Las Disidencias en Letra Global.
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