Sevilla es una ciudad que ama sus propios tópicos, los cultiva y los alimenta. Probablemente por su extraña incapacidad para redefinirse a sí misma a partir de parámetros distintos a los tradicionales. La realidad, sin embargo, arroja por todos sitios argumentos que nos hacen proclamar una íntima convicción: Sevilla es dadaísta, pero no lo sabe. Las señales aparecen por doquier: el verdadero humor indígena, que nada tiene que ver con la gracia a sueldo, es profundamente surrealista; el caos es nuestro principal motor creativo y el nonsense, más que una filosofía posmoderna, aquí es un regalo cotidiano.
La Noria del sábado en El Mundo.
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