Uno de los espectáculos más asombrosos del adelanto electoral de abril, que parece condenado a reproducir exactamente lo que en diciembre ocurrió en Andalucía, es la facilidad con la que muchos políticos –y sus asesores galácticos– se engañan a sí mismos. Sánchez I, el breve, va diciendo que la famosa foto de la plaza de Colón –tres derechas, una sola España– es el mejor argumento para imponerse sin problemas en las próximas generales, donde este presidente parlamentario, que nunca ha sido votado directamente por los ciudadanos, y que hasta ayer mismo aspiraba a permanecer en la Moncloa hasta 2020, se juega el ser (algo) y no ser (nada). El mensaje es nítido: “O nosotros o los reaccionarios de las tres derechas”. Hay también quien confía en una movilización masiva de ciudadanos progresistas que signifique para los socialistas un renacer político que entierre, de una vez, la era de los antiguos patriarcas de Suresnes. Que Dios les conserve su sentido del delirio. Se equivocan de extremo a extremo. La España progresista, desde que empezó esta crisis que ha sobrepasado ya la década, sencillamente no progresa. Retrocede. Las derechas han dejado de dar miedo porque el pánico al porvenir es infinitamente superior. Y, frente a lo que sostienen algunos ilustres colegas de Madrid, cuyas fuentes parecen ser los argumentarios de quienes les pagan o les buscan acomodo en las tertulias, el movimiento telúrico que conduce la política española ya no es positivo y previsible, sino quebrado y fruto del hartazgo.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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