Detrás de un puritano se esconde el embrión de un inquisidor. “Satán, a veces, se presenta como un hombre de Paz”, proclama Bob Dylan en una canción. La bondad superlativa puede ser el origen del horror. Y viceversa: hay santos sancionados por el Vaticano que provocan pánico. En Los hermanos Karamazov, Dostoievski incluye un monólogo –El Gran Inquisidor– que tiene lugar en la Sevilla del Siglo de Oro, puerto y puerta de las Indias y sede del Santo Oficio encargado de dirimir, en nombre de la Iglesia, la ortodoxia de la herejía. En este discurso un personaje de ficción fabula con el hipotético regreso de Cristo a la Tierra, donde en vez de ser alabado por los católicos es de nuevo condenado por la institución nacida al amparo en su doctrina. El salvador del mundo termina siendo sacrificado por quienes dicen hablar –en régimen de monopolio– en su nombre. El escritor ruso, un místico demasiado humano, pretendía ilustrar con esta paradoja narrativa la enorme distancia que media entre una religión verdadera y su expresión oficial. El principal cargo en contra de Cristo es haber concedido al hombre un libre albedrío que, según la Iglesia, es su principal fuente de angustia.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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