Los socialistas indígenas, que históricamente han sido –y son– una suma de tribus belicosas y conflictivas, tienen una extraordinaria capacidad para contradecirse, negarse a sí mismos y arrepentirse de sus palabras. Lo asombroso además es que son capaces de hacer todo esto y muchas cosas más, como evidencia el abyecto escándalo clientelar de los ERES, donde algunas de las estatuas del panteón sagrado del PSOE vuelven al foro de una Roma vencida, mustio collado, para proclamar, sin sentir ninguna vergüenza, solemnes tonterías a cuenta de las dos sentencias, dos (y ambas con el signo exacto de los culpables) emitidas por la Justicia. Es cosa de la devota militancia (generacional) que se basa en esa institución social que es el síndrome de la pandilla: cuando llevas décadas, igual que un maestro de escuela, impartiendo de forma arbitraria doctrinas aéreas ante un auditorio cautivo, y juzgando a los demás sin hacerlo antes contigo, la costumbre, que es la mecánica más poderosa que existe, impide cualquier tentación de practicar el arte de la autocrítica.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.