Los filósofos estoicos clásicos –Marco Aurelio, sin ir más lejos– solían vincular la pobreza con el crimen y el robo. No como justificación de ambos, sino como probable causa empírica. Quien no tiene nada debe subsistir a cualquier precio. La necesidad del prójimo goza de buena prensa -en realidad no es tal, sino propaganda- desde que la Iglesia instauró el dogma del pobrismo y el Evangelio proclamó aquello de bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos será el Reino de los Cielos. En la Marisma el cielo estival es como un cuchillo vertical: bajo su azul inmisericorde conviven la dicha y el quebranto. El INE ha dicho esta semana, en vísperas de la discusión sobre el primer presupuesto del Reverendísimo Bonilla y del Adelantado Marín, el dúo sin igual que nos gobierna, que tenemos el dudosísimo honor de albergar a quince de los veinte municipios con menos renta de España. Desde Níjar y sus campos, donde Goytisolo situó la zona cero del subdesarrollo meridional de su tiempo, hasta Los Palacios, pasando por ilustres plazas veraniegas -Isla Cristina o Barbate, ínsulas pesqueras- donde se vive con menos de 7.000 euros.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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