No sé si se han fijado, pero de un tiempo a esta parte casi todas las exposiciones que se celebran en Sevilla están promovidas por la Caixa. Antes y ahora. El relativamente reciente redescubrimiento sevillano de la escultura urbana, que es una cosa muy vieja que viene de los clásicos, pero que teníamos bastante olvidada por estos pagos tan calurosos, se lo debemos, por ejemplo, a la institución catalana. En su día cedió a Monteseirín una serie de grandes piezas escultóricas –se dijo que muchas de ellas se compraron, pero nadie sabe exactamente dónde se guardaron– para que el ex regidor dispusiese del paisanaje cultural necesario para parecer europeo, sin serlo, cada vez que inauguraba alguna de las nuevas ágoras del centro, que él creía jalones de su gestión. Ejemplos de la nueva Atenas sevillana.
A Zoido, como no inaugura plazas, ni carriles bicis, ni nada, ni siquiera inaugura baches, que es lo único que se ve por las calles cuando se sale un rato a pasear, la entidad financiera, dueña de Cajasol, ha tenido la deferencia de ponerle en la puerta del Ayuntamiento una exposición monográfica sobre los iberos. Todo un detalle. Nuestro regidor fue esta misma semana a inaugurarla henchido de orgullo institucional. Sí, decimos bien: fue a inaugurarla henchido de orgullo.
No ha hecho demasiado para que exista dicha muestra, ni siquiera la ha pagado, porque en realidad viene de Dos Hermanas, donde estuvo hasta hace unas semanas, pero Zoido ha ido a inaugurarla igual para que la tropa vea que en Plaza Nueva (y aledaños) se interesan seriamente por la cultura de nuestros ancestros, que están realmente ob-se-sio-na-dos con el patrimonio histórico. Que la Unesco y el mundo se rindan de una vez. Podremos tener un rascacielos que quiebra el paisaje histórico de la Sevilla secular, podremos recibir cruceros de millonarios, podremos cobrar sueldos en sobres, pero lo nuestro con el patrimonio es una obsesión completa, total. Ni una farola dejamos ya que se ponga en el centro si no viene con el sello del tradicionalismo patrio.
La exposición de la Plaza de San Francisco, decíamos, es sobre los iberos, el pueblo indígena que habitó la Península antes de la romanización. No está mal hecha, aunque resulta algo superficial si se ha leído algo de historia. Es como de cartón piedra. En eso se parece bastante a Sevilla. Su gran mérito es que cuenta una parte de nuestra historia que tenemos muy olvidada, pero que no deja de brotar a cada instante. Los romanos nos trajeron el derecho, la urbanización, las letrinas, toda la cultura que cabe en la palabra latina y un sistema de gobierno de corte elitista. Todo esto se lo debemos a la Roma ancestral.
¿Qué le debemos a los iberos? Todo lo demás, que más o menos es lo que estaba antes. No era demasiado excelente. Si andas por Sevilla todavía verás un sinfín de muestras que te recuerdan que la romanización, por desgracia, llegó demasiado tarde por estos lares y que, en cierto sentido, fue un fenómeno relativamente pasajero que no terminó de penetrar por completo en la personalidad local. En Sevilla seguimos conservando cierto sustrato mental ibero.
La ciudad, en las largas postrimerías de este verano eterno, se nos parece más que nunca un poblachón indígena: las tribus abrevan día y noche por las calles, no hay ni una acera por la que poder caminar sin problemas, los pavimentos están rotos o convertidos en vías de tierra, como ocurría con los senderos en los poblados ibéricos, porque los coches, a los que tanto ama nuestro alcalde, los revientan cuando aparcan; seguimos adorando ídolos (ahora femeninos, como las damas indígenas) y, en general, cada clan hace en el campamento patrio lo que le viene en gana. Incluido depositar las heces familiares donde considera más adecuado, sin apuro y sin problema.
En Sevilla, la ciudad universal que Zoido quieren venderle a los expertos de la Unesco que han venido por la patilla al congresillo de esta semana, lo que de verdad es patrimonio de la humanidad es la utilización de la calle como aliviadero: animales, niños y adultos defecan en la vía pública sin rubor a plena luz del día, o por la noche, con la misma facilidad y naturalidad que caminan. Igual que ocurría en aquellos poblados de nuestros primeros ancestros, donde cualquier parte del campo era un sitio adecuado para ventilar estas cuestiones. Se ve que no hemos cambiado demasiado. Seguimos siendo tan iberos, como entonces. Unos perfectos indígenas del Mediodía.
Deja una respuesta