Una dictadura es, sobre todo, un dictador. Lo escribió Eduardo Haro Tecglen, maestro del columnismo literario, en una vieja colección de libros que durante la Santa Transición estuvo de moda y cuyo objeto era enseñar a los españolitos del tardofranquismo algunos de los conceptos básicos de la incipiente democracia, que por entonces no sólo empezaba en las Españas, sino que era rara avis en estos pagos meridionales. Me acuerdo de la frase de Haro Tecglen, utilizada para expresar de forma muy concreta el terrible fenómeno de los gobiernos despóticos, siempre vinculados a la figura del censor o el caudillo, por evocación, al hilo de los últimos análisis sobre política hispanoamericana –materia de la que cada día se sabe menos en España– que he leído en los periódicos patrióticos.
Archivo de enero 2015
Los dichos y los hechos
Existe una diferencia sutil, pero esencial, entre la verdad y sus simulacros. Se llama verosimilitud. Es el territorio donde trabaja la literatura de ficción y también la política, que se ha convertido en un relato de buenas intenciones en el que la acción no abandona el burladero de la retórica.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
Atarazanas
Cuando el poder indígena decide que hay algo que celebrar a lo grande conviene echarse a temblar. Ocurrió hace días en las Atarazanas, el hipnótico edificio de los antiguos astilleros medievales de Sevilla, donde la Junta y la Caixa congregaron bajo un gélido viento nocturno que no movía vela alguna a casi todos los personajes del cuadro de honor del susanato, tanto los de primera hora como los últimos conversos, para festejar «la recuperación» del inmueble destinado al fallido Caixafórum, que gracias a Zoido se va a quedar a mitad de camino entre la memoria (de la infamia) y el futuro imperfecto.
La Noria del lunes en El Mundo.