Una opinión que no se sustente en un argumento no vale nada. Es una de las grandes enseñanzas intelectuales de Gustavo Bueno, cuya muerte, hace ahora casi un año, coincidió con la extinción de la filosofía del bachillerato preconizada por la Lomce. Todo un símbolo: la educación obligatoria desechaba así siglos de pensamiento en beneficio de efímeras doctrinas pedagógicas. Bueno, padre del materialismo dialéctico, germen de la escuela de Oviedo, fue uno de esos filósofos obstinados y en apariencia antiguos cuya característica básica es la firme voluntad de articular un sistema integral de pensamiento crítico. Con sus virtudes y sus defectos. Esta actitud lo convirtió, paradójicamente, en un intelectual moderno: alguien capaz de pensar por sí mismo. Sin intermediarios. Sin condicionantes. Y sin miedo al juicio de la horda. Lo único que le importaba eran las razones basadas en hechos objetivos. Nada más.
Archivo de septiembre 2017
Portugal, amor y retórica
Las giras empresariales conducen a la melancolía. A pesar de las sonrisas, los encuentros bilaterales y las palabras amables sobre la fraternidad de los pueblos, estos circos institucionales siempre terminan en una habitación de hotel, con la chocolatina del minibar mordisqueada y la sensación -creciente- de estar huyendo de la realidad porque ya no se puede volver a casa. Los viajes políticos oficiales, vulgo pesebres, son un placebo psicológico para los gobernantes faltos de cariño. Nada más. Ustedes, queridos indígenas, habrán visto estos días en Canal Sur las imágenes del encuentro luso-andaluz que ha encabezado Ella. Y probablemente hasta crean que dicha embajada a Lisboa -delegaciones, cenas, almuerzos, conferencias- servirá para algo. Que Dios les conserve la ilusión de los ingenuos.
La Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
El decreto de las maravillas
En Sevilla tenemos un concejal de Seguridad Ciudadana, Movilidad y Fiestas Mayores, el señor Juan Carlos Cabrera (PSOE), que no nos lo merecemos. No. En la historia reciente hay un antes y un después desde que él llegó al cargo y se entregó, como otros muchos ediles anteriores, a los tiernos requiebros de los costumbristas (interesados en su propio ombligo) y todos, de forma súbita, se olvidaron de que en tiempos no muy lejanos era conocido, sobre todo, por ser alguien cercano a Blas Ballesteros, ese animal mitológico del PSOE indígena que aún sigue cobrando de las arcas públicas sin más méritos que hacer los correspondientes favores a quien se los reclama. Cabrera fue director del Instituto del Taxi, que es una institución reposada y donde prima la educación florentina. Decimos que tenemos un concejal impar y épico porque el pasado viernes, con la luz débil de un otoño que por desgracia para todos no termina de llegar, el hombre cogió la pluma -esperamos que Mont Blanc- y rubricó, sin temblarle el pulso un punto, un decreto. Sí señor, un decreto. Un señor decreto.
La Noria del miércoles en elmundo.es.
‘Habemus Republicam’
Fratelli e sorelle carissimi: los misterios no son eternos. Se resuelven. Especialmente los que no eran tales. Las leyes nacionalistas de desconexión, que se han hecho públicas tras la burda manipulación que el soberanismo hizo de las muertes de las Ramblas –ya saben: unos muertos eran catalanes y otros, no–, empiezan a concretar, negro sobre blanco, aunque aún sin firma nominativa, que no hay que poner en peligro el patrimonio (personal) por un delirio, cuánto de honda poesía identitaria y cuánto de materialismo sectario tendría la hipotética pero inminentísima República catalana, cuyos progenitores son tan considerados que, en principio, dejarán compartir la nacionalidad española con la pertenencia condicionada al pueblo elegido.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
Los ladrones de palabras
No existe nada más poderoso, y al mismo tiempo más peligroso, que la verdad. En literatura suele ser una verdad íntima, personal. En periodismo, en cambio, nos manejamos con lo que llamamos la verdad pública, que es una aproximación inexacta, pero sincera, a los hechos ciertos. Ambas cosas –el periodismo y la literatura, la intimidad y el rostro que proyectamos ante los demás– en el fondo vienen a ser la misma cosa. De ambas escribió con una maestría envidiable George Orwell, cuya obra como cronista y novelista se adelantó a su tiempo, creando algunos de los conceptos gracias a los cuales entendimos –demasiado tarde– la larga cadena de los totalitarismos del siglo XX, que aún siguen vivos, disfrazados bajo nuevas formulaciones, como la famosa revolución de las sonrisas, en el tiempo de nuestro presente.