Hay que ser un escritor glorioso o un tipo encantado de conocerse para empezar una crónica periodística así: “¿Qué es esta mierda?”. Greil Marcus(San Francisco, 1945) lo hizo cuando a uno de sus personajes favoritos –Bob Dylan, cuya verdadera personalidad es tan misteriosa como la de Alias, el silente personaje que el músico de Minnesota interpreta en Pat Garret & Billy The Kid, la película de Sam Peckinpah– se le ocurrió, mayormente por joder a su antiguo representante, que se embolsaba la mitad de sus derechos de autor sin hacer absolutamente nada, sacar un disco de melosos cantos norteamericanos titulado Selfportrait sólo para que el intermediario no viera un dólar. La ocurrencia de Dylan descolocó a la crítica e irritó a sus seguidores, que ya habían tenido que adaptarse a tres reencarnaciones previas. Marcus, uno de los mayores expertos en su obra, recibió el discocon la indignación propia un becario: aquel no era su Dylan. No. Parecía un cantante de saldo. Corrían los setenta y el judío errante aún podía pasear por Nueva York, de donde tuvo que huir más tarde, con un tambor bajo el brazo, igual que cualquier principiante.
Archivo de marzo 2018
‘Emosido engañado’
Tras salir indemnes y enteros de nuestra fiera y desigual batalla con el (delicioso) colectivo de los interinos de Educación, que creen que para Andalucía es mejor que ellos sigan educando a los niños a perpetuidad en lugar de seleccionar –mediante una santa oposición– a los mejores maestros posibles, tornamos la mirada hacia los muros de la patria demediada y nos encontramos con el exconsejero de Empleo, el jerezano Antonio Fernández, culpando en el juicio de los ERE a los funcionarios y a su subordinado, el gran líder Guerrero, de haber establecido (debemos suponer que por su cuenta) el reparto del fondo de reptiles que cobraban los invertebrados amigos de la causa socialista en la Marisma. Un espectáculo extraordinario que (casi) nos deja sin palabras.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
La mayoría en ‘sfumato’
Los catorce meses que restan para las próximas elecciones locales van a ser un infierno para el alcalde de Sevilla, don Espadas, el quietista, cuya capacidad para quedarse petrificado en la arena política municipal sólo es comparable a la de los grandes toreros. La única diferencia es que los maestros de la lidia se volvían quedos, cual estatuas, ante el miedo que sentían delante de la bestia y nuestro alcalde, en cambio, no se mueve porque ha decidido que, estadísticamente hablando, así tiene menos opciones de equivocarse. Sus devotos consideran esta conducta un mérito -la famosa prudencia- pero cuando la gente lo que espera de uno es que tome decisiones igual no es tan buena cosa. En función de lo que ocurra esta Semana Santa veremos cómo sopla el viento, que desde luego no es huracanado, de la reelección.
La Noria del miércoles en elmundo.es.
La máquina de hastío
El circo independentista es un bucle eterno sin melancolía ni belleza posible. Una máquina perfecta de fabricar hastío. Mientras los pensionistas salen a la calle para reclamar mejoras en unas pensiones que son básicamente una estafa, porque en los últimos años han perdido hasta diez puntos de diferencia relativa entre las cotizaciones que pagan y el fruto incierto que de momento reciben, los diputados del Parlament de Todas las Cataluñas Posibles –como el retorno a la cordura se dilata conviene empezar a hablar en plural– han vuelto a votar, con suficiencia y marcial desahogo, una resolución para avalar no sólo los (falsos) resultados del referéndum-estafa, sino que además tienen la intención de gritarle al mundo, que no está escuchándoles, la “legitimidad” del pequeño Napoleón de Waterloo para dirigir la Generalitat desde su exilio, estando –como está– fugado de la justicia. Con un par.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
Las geografías oníricas
La infancia es la edad del hombre que está más sobrevalorada. Tiene excesiva buena prensa. Suponemos que se debe sencillamente a que antes o después llega un momento en la vida en el que irremediablemente crecemos, cambiamos, envejecemos y nos transformamos en otra persona. Este proceso natural, que a algunos les parece un trance doloroso, implica tener que aceptar la realidad y abstenerse de soñar. O hacerlo de forma diferente: con un pie siempre en el barro. Erich Auerbach escribió en 1946 un ensayo de literatura comparada —Mímesis— en el que analiza la representación de la realidad dentro de la tradición occidental. Su conclusión es que en la historia de nuestra cultura conviven dos tendencias opuestas: la idealización, esa vieja costumbre de los clásicos, y la vulgarización, un rasgo propio de la conciencia moderna, de la que deriva el prosaísmo como retórica literaria contemporánea. A partir de la tensión entre ambos paradigmas puede explicarse toda la creación literaria desde Homero.