No hay mejor psicotrópico (natural) que una noche electoral en la Marisma. Nada facilita más el delirio general que un recuento de votos. Los periodistas rara vez dormimos; los políticos convocan y después no quieren comparecer, o lo hacen sólo ante los medios afectos; los triunfadores –es el caso del Reverendísimo de la Santa y Leal Cofradía de la Gran Absolutísima y sus 58 diputados– muestran una evangélica humildad y los pobres perdedores –aquí, el Ungido– desarrollan un sentido repentino de la dignidad que contrasta con el ánima que los caracteriza el resto del tiempo. Todo es real y, al tiempo, cómicamente falso. Ayer compartieron argumentario –los extremos se tocan, incluso se igualan– los ultramontani y las siniestras fraternales. Ambos, cada uno con su estilo, culparon a la pérfida prensa, los medios, el patriarcado mediático, la superestructura de difusión masiva de fakes –esto es: a algunos de nosotros, porque en este gremio no todos somos iguales y cada gato salta distinto– de sus magrísimos resultados electorales, insuficientes para sostener el inmenso templo de su talento e injustos con respecto a la profundidad de campo de sus proyectos políticos.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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