Las ciudades, por lo general, se dividen en dos clases: las que podrían perfectamente no haber existido nunca y aquellas que son inevitables. Las primeras son hijas del azar o consecuencia de las circunstancias; las segundas, resultado de la geografía y de las decantaciones históricas. Entre medias, está Algeciras, donde confluyen algunos episodios de la crónica de desgracias que siempre acompaña a las fronteras y la vieja retórica de los relatos bíblicos. Fundada al Sur de un río cuyo nombre –Miel– coincide con la hermosa alegoría musulmana del Paraíso, sus primitivos habitantes, relatan las leyendas, procedían de Tánger, situada a apenas 32 millas marítimas de distancia –50 kilómetros–. Ellos fueron quienes la bautizaron como la Isla Verde (Al-Yazira) antes de instalar, en lo que ahora es su solar, dos medinas.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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