El culebrón de los susánidas, esos fieles y esforzados devotos de la Iglesia de Su Peronísima en sus Últimos Días, es como una opereta triste. Cada cierto tiempo suenan las notas del Vals de la Muerte –esa extraordinaria melodía escrita por Nino Rota para The Godfather, la soberbia tragedia en tres tiempos que dirigió el gran Coppola– y la tensión crece, el miedo se extiende, el desamparo reina y las lágrimas de la incertidumbre brotan solas; otras veces es el silencio, como la nieve que en la Baja Andalucía apenas si conocemos, quien impone su manto de vacío sobre las belicosas estirpes del PSOE indígena, donde todos se han acostado con todos un instante antes de apuñalarse por la espalda. Pueden llamarlo amor, si quieren. Para entender lo que ocurre en el Partido (que ya no es el Partido) ya no es necesario oír a los célebres heraldos -«nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos» escribió Neruda- salvo si ambicionan saber la versión oficial, pero para averiguar la verdad del cuento es más útil leer a Mario Puzo. Lo clava. El último episodio del serial son las palabras de otro Mario (Jiménez), el hombre que pudo heredar el Reino, que fue relegado por Ella a una de sus vicarías para después ser depurado -¡ah, las viejas prácticas del politburó!- cuando llegó la hora (ingrata) de jurar las reglas en la cofradía de Pedro I, El Insomne (tres pasos, tres). El exportavoz socialista en las Cinque Piaghe ha dicho que cuando lleguen las primarias «habrá varios candidatos y los militantes elegirán de manera libre». Empezando por Huelva.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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