Las desgracias son como las mareas. Se mueven en ciclos, a distintos ritmos. Pueden ser altas o bajas, pero si pretendes navegar, o aspiras a no ahogarte en la orilla, hay que convivir con ellas; observarlas, temerlas y, si puedes, aprovecharlas. La tercera fase del desconfinamiento, que flexibiliza el mando único, ha devuelto a muchas autonomías el poder pleno para ejercer sus competencias, pero al mismo tiempo inaugura para los gobiernos regionales un periodo de incertidumbre. Desde el punto de vista político, los términos de la ecuación cambian: ya no basta con elevar las quejas en dirección a la Moncloa; ahora deben asumirse –en muchos casos en solitario– responsabilidades en primera persona. No todas serán agradables.A excepción del riesgo (cierto) de que se produzca un rebrote de la pandemia, lo que nos obligaría a regresar a la casilla de salida, el principal asunto que van a tener que manejar en los próximos meses las autonomías son los efectos sociales del coronavirus, en muchos casos pavorosos. En Andalucía, donde el número de muertos y contagios ha sido inferior a otros territorios de España, éste es el gran miedo de las derechas reunidas –PP-Cs-Vox–, cuya mayoría política dirige la Junta de Andalucía desde hace año y medio. La encrucijada a la que se enfrenta el gobierno de Moreno Bonilla no es sencilla: las cañas sanitarias de la pandemia, que el Ejecutivo autonómico ha tratado de capitalizar políticamente a su favor, cayendo incluso en cierta exageración, pueden tornarse lanzas en el ámbito económico.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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