Milan Kundera, que nació en Moravia y, tras más de medio siglo de residencia en París, adquirió la ilustre nacionalidad francesa, acaso por la creencia de que ser indefinidamente un apátrida es una condición que trae mala fortuna, dejó dicho que las fronteras –esos conceptos abstractos que de repente se concretan violentamente en una raya, una verja o un muro– son mucho más que un lugar físico o un parteaguas (donde ni siquiera existe el agua). Son una condición espiritual que nos acompaña eternamente con independencia del tiempo y la edad. Igual que el miedo a la muerte. Es una lección de sabiduría que convendría tener presente tras la crisis –política, pero también humana– desatada por la decisión de Marruecos de provocar una dramática avalancha migratoria en Ceuta en represalia contra España. Las escenas de jóvenes y niños intentando llegar desesperadamente a nado a la principal ciudad española del Norte de África, socorridos por un ejército cuya misión es devolverles a su destino e impedirles el paso, resucitan los fantasmas propios de un territorio fronterizo que, por su propia condición, se encuentra sometido a disputa perpetua, a un hostigamiento permanente. En las fronteras todo –banderas, barreras, ejércitos– aspira a ser rotundo, pero bajo las apariencias emerge la provisionalidad. Aunque ésta perdure durante siglos.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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