Los juristas antiguos, doctos en latín, atribuían al animus, lo que consideraríamos el alma de las personas, la intención individual que contribuye de forma subjetiva a la perpetración de un delito. El querer hacerlo, dicho en términos prosaicos. En ocasiones la voluntad es mucho más preocupante que la conducta, que siempre está limitada por las circunstancias. Es justo el caso que desde hace dos semanas cerca a Gregorio Serrano, director general de Tráfico, exconcejal del PP y hombre de confianza -casi réplica- del minister Zoido. Al prócer le han cogido en Madrid en un caso fragante -léase perfumado- de trato de favor hacia su persona al intentar ocupar de matute un piso de la Guardia Civil, previa reforma de 50.000 euros a cargo del erario público y acorde a sus gustos mobiliarios, que sabemos que no son de Ikea.
La Noria del miércoles en El Mundo.
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