La Marisma cuenta con un nuevo oficiante de misas, bautizos y comuniones (con palmas) desde hace 55 días. El Reverendísimo Bonilla, inquilino carambolero -de carambola, cuya etimología remite al sánscrito karmaranga– del Quirinale de San Telmo, primitivo hogar de mareantes y, ahora, refugio de liantes, se encarga de recordarlo para que no nos pongamos exigentes con lo del cambio, porque -según su pliego de descargo- él sólo lleva medio centenar de días sentado en la cúspide, esperamos que sin graves problemas de espalda. Sabemos que no está en sus manos -ésas que los fotógrafos retratan en primerísimo plano en las entrevistas- hacer milagros. Tampoco los pedimos. Ni, por supuesto, los esperamos. No. Pero no podemos dejar de tener la impresión -creciente- de que en lugar de un nuevo presidente disfrutamos de un vendedor de fiambres y exquisito pavo frío. Es verdad que su carácter es muy distinto –Deo gratia– al de su antecesora, tan dada la patología del yo-yo, el me voy a dejar la piel y otros clásicos indígenas. Todo el sistema autonómico completo giraba alrededor suya.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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