Galdós, nuestro mejor novelista de lejos, era un escritor periférico que decidió mirar el mundo desde el centro. Nació en las Islas Canarias, pero ha pasado a la historia como el cronista (mayor) del Madrid decimonónico, ese universo agrio de Fortunatas y Jacintas, funcionarios cesantes, políticos hipócritas y súbditos hambrientos que piden limosna en la puerta de las iglesias. Su obra de ficción ha resistido el paso del tiempo –que es el único juez literario que existe– y se mantiene viva, aunque su fortuna internacional sea discreta en comparación con otros escritores británicos y franceses de su tiempo. En esto tuvo mala suerte: le tocó escribir sobre un antiguo país imperial en decadencia, donde la historia oficial –monarquía y colonias de ultramar– nunca se correspondía con la real, generosa en sufrimiento, incultura y carencias materiales. Todo lo que explica a este país de locos está en sus Episodios Nacionales.
El lado oscuro de la fuerza
No hay como observar las manos de un político para saber qué piensa cuando nos miente. No falla. Si su gestualidad consiste en abrir una y otra vez las manos es que quiere hacernos creer que está dispuesto a escucharnos aunque sólo sepa oírse a sí mismo. Si en un acto reflejo se toca la última falange (con perdón) del meñique, como suele hacer el vicepresidente de la Junta, es que intenta salir relajado en las fotos. Y si sobre el pecho cruza ambas extremidades den por supuesto, queridos indígenas, que el prócer en cuestión no es precisamente un santo. Decimos esto porque llevamos siete días -con sus noches- sin poder proferir palabra después de ver a Su Peronísima en el mensaje de Fin de Año, una obra cumbre de la comunicación corporal y la metáfora más perfecta posible sobre el lado oscuro del susanato.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
El comercio sin escaparates
Los comerciantes sevillanos tradicionales, que constituyen un influyente lobby localista, están muy preocupados porque estas Navidades, a pesar de las bombillitas full que les ha puesto Espadas, el alcalde de las luces amables, las ventas no están respondiendo ni de lejos a sus expectativas. A algunos esto les parece que es noticia, aunque si somos justos, lo que irremediablemente nos obliga a ser crueles, no lo es. En absoluto. El estado natural de un comerciante tradicional es la insatisfacción permanente. Es lo que tiene vivir en una ciudad mendicante con sueldos piadosos ¿Recuerdan ustedes, queridos indígenas, que algún socio de Aprocom, ese insigne ateneo del arte mercantil, haya dicho alguna vez que su negocio va como un tiro? Nosotros no. Y eso que hace mucho tiempo que -por obligación- estamos pendientes de estas cosas, a falta de índices alternativos para medir la maltrecha salud de la economía local. Un comerciante sevillano tradicional nunca dirá que su negocio es una mina. Va en contra de su código genético. Ninguno está dispuesto a darle pistas a Hacienda por la misma razón que te miran rarito cuando les pides una factura en lugar de un ticket de venta.
Puigdemont contra Europa
Los caminos del soberanismo, queridos hermanos, son infinitos. Tanto que resulta difícil no perderse. Tenemos a un expresidente de turismo en Bruselas –él lo llama exilio, pero sólo es porque desconoce el verdadero significado del término–, a parte del ex Govern en prisión preventiva y a la antigua coalición independentista dividida en lo esencial –ir a las inminentes elecciones con un candidato común– y predispuesta para lo accesorio, que es la inquietante resurrección –con variantes– del prusés. Ésta es su oferta: viajar de nuevo a la semilla de la división social. Los catalanes irán a las urnas dentro de quince días con la incertidumbre de si su voto servirá para impedir que se reactive el desafío soberanista, que ha hecho a Cataluña más pobre, provocó una histórica fuga de empresas y devastó la imagen tradicional del país, como lo llamaba Josep Pla, como una sociedad abierta, moderna, inteligente y liberal.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
Borges y los indígenas
Borges presenta muchas analogías con Homero. Demasiadas para no sospechar. Ambos eran poetas. Ambos se quedaron ciegos. Y ambos fueron considerados por la posteridad, esa juez inmisericorde, dos sabios de su tiempo. La gran diferencia entre ellos, sin entrar en cuestiones estilísticas ni en circunstancias de espacio y tiempo, es que el primero existió en realidad mientras que la presencia del segundo sobre la Tierra es una suposición. Una convención cultural. Perfectamente podría haber sucedido que Borges no fuera más que una proyección irónica de Homero, una reencarnación secreta para la posteridad. El cambio de nombre entonces era obligado. Para despistar. Y porque en la Argentina, que este año es el país invitado al Líber, la onomástica homérica se reserva para los letristas de tango, como Manzi.
