No hay como observar las manos de un político para saber qué piensa cuando nos miente. No falla. Si su gestualidad consiste en abrir una y otra vez las manos es que quiere hacernos creer que está dispuesto a escucharnos aunque sólo sepa oírse a sí mismo. Si en un acto reflejo se toca la última falange (con perdón) del meñique, como suele hacer el vicepresidente de la Junta, es que intenta salir relajado en las fotos. Y si sobre el pecho cruza ambas extremidades den por supuesto, queridos indígenas, que el prócer en cuestión no es precisamente un santo. Decimos esto porque llevamos siete días -con sus noches- sin poder proferir palabra después de ver a Su Peronísima en el mensaje de Fin de Año, una obra cumbre de la comunicación corporal y la metáfora más perfecta posible sobre el lado oscuro del susanato.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
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