El destino acostumbra a gastar bromas crueles. Acaso para que no creamos que podemos escapar de sus garras. Siempre está un paso por delante nuestro torciendo nuestra voluntad, quebrándola. A Jack Kerouac, un chico de Lowell (Massachusetts), de origen católico y ascendencia francocanadiense, antiguo jugador de fútbol americano desde el instituto, le ocurrió más o menos esto mismo. Nunca acertaba. Cuando necesitaba triunfar –no tenía ni dinero, ni casa, ni familia, sólo un sueño que escondía en los hoteluchos de mala muerte de la América subterránea– parecía condenado a perpetuarse como un perfecto fracasado. Cuando el argumento de la trama cambió, cayó en la cuenta, como otros, de que detrás de la adoración excesiva de los demás hay bastante más sordidez que la que suele asociarse a la soledad.
Pentecostés en soledad
Se aproxima el Lunes de Pentecostés. Ya saben: esa fecha milagrosa en la que la Marisma se llena de romeros, caballos sueltos, animales mitológicos y, según los profetas, un espíritu de hermandad tan intenso que la distinción entre el día y la noche carece de importancia. Sucede sobre todo en los pagos (políticos) cercanos a la capilla de San Telmo, donde la Reina mastica en soledad su último fracaso ensayando sonrisas delante del espejo mientras el servicio de cámara hace semanas que no duerme. La causa de su desvelo no es la fraternidad perdida, que nunca fue sincera entre el generalato meridional, sino la omertá. Nadie quiere pronunciar la frase que todos piensan. Alguno se consuela musitando una canción de Dylan: «Oh, Mama, can this really be the end?/To be stuck inside of Mobile/With the Memphis blues again«.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
El alcalde de la noche
Una de las grandes estafas que sufren los sevillanos consiste en que cuando votan a su alcalde no eligen a un regidor para los próximos cuatro años. No. Sin saberlo, sancionan en realidad a un promotor turístico. Por supuesto, pueden seleccionar el modelo de animador sociocultural que prefieran, pero -aunque parezca lo contrario- no les está permitido nombrar a alguien para que encauce los problemas colectivos. Tan sólo elegir a aquel que situará los intereses particulares de los hosteleros y hoteleros -los dos lobbies, junto al cofrade, con verdadero predicamento municipal- por encima de los suyos. Desde los tiempos de Manuel del Valle, el destino de todos los regidores que en Sevilla han sido consiste en trabajar en favor de la industria de la estampa, que es salvífica para unos pocos, neutra para la mayoría e irrelevante para el resto de la población.
La Noria del miércoles en elmundo.es
La política adolescente
Las edades del hombre, según Goethe, se resumen en una frase: «El niño es realista; el muchacho, idealista; el hombre, escéptico, y el viejo, místico». Aplicada a Pablo Iglesias, líder carismático de Vistalegre 2, el resultado neto es que el jefe de los jacobinos se encuentra perdido en un espacio extraño que oscila entre la mística panfletaria y el idealismo ingenuo. Todavía es joven, cosa que solucionará el tiempo, pero ya actúa como un viejo. Y viceversa. Además, confunde la ideología con las ideas. «Obrar es fácil, pensar es difícil; pero obrar según se piensa es aún más difícil», dejó escrito el príncipe de los poetas alemanes.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
El evangelista laico
Cuando el destino y el tiempo, que casi todo lo gobiernan, hizo pasar a mejor vida (o al vacío, tan previsible) a Fernando Pessoa, el poeta lisboeta, Saramago, que le puso el nombre de uno de sus múltiples heterónimos a la que quizás sea su mejor novela –El año de la muerte de Ricardo Reis–, escribió que el extraño vate del abrigo y las gafas, aquel oficinista solterón con cierto aire de inglés perdido por las calles de Baixa, murió “casi ignorado por las multitudes”. Decididamente, no ha sido su caso. Saramago fallece dejando atrás el máximo galardón de las letras públicas –el Nobel, tan certero en unas ocasiones como ciego en otras– y a un ejército de aduladores, admiradores y cofrades que consideran que en su obra vienen a encerrarse las claves de una forma de entender el mundo basada en cierto concepto del compromiso político y moral. ¿Literatura? Parece una cuestión secundaria.
