Se aproxima el Lunes de Pentecostés. Ya saben: esa fecha milagrosa en la que la Marisma se llena de romeros, caballos sueltos, animales mitológicos y, según los profetas, un espíritu de hermandad tan intenso que la distinción entre el día y la noche carece de importancia. Sucede sobre todo en los pagos (políticos) cercanos a la capilla de San Telmo, donde la Reina mastica en soledad su último fracaso ensayando sonrisas delante del espejo mientras el servicio de cámara hace semanas que no duerme. La causa de su desvelo no es la fraternidad perdida, que nunca fue sincera entre el generalato meridional, sino la omertá. Nadie quiere pronunciar la frase que todos piensan. Alguno se consuela musitando una canción de Dylan: «Oh, Mama, can this really be the end?/To be stuck inside of Mobile/With the Memphis blues again«.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
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