La universidad se ha convertido en un escaparate cultural. Sobre todo, en otoño. Ya no le bastan los meses del estío, en los que se concentraban casi todos los ciclos, conferencias, simposios, charlas y demás artefactos retóricos con los que la academia pretendía enseñarnos que nunca es tarde si las tasas de las matrículas son suficientemente buenas. Los cursos, los seminarios de verano, antes solían ser lo que sus organizadores llamaban foros de encuentro entre profesores, especialistas, eminencias culturales y alumnos.
Tormenta de arena
Óscar Wilde decía que la desobediencia es una de las grandes virtudes del hombre. Al menos, desde un punto de vista estrictamente histórico: el camino hacia el progreso comienza casi siempre con una rebelión íntima, que es el verdadero motor vital de todos los seres humanos.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
Cábalas
Las tardes en blanco de los periódicos, que en determinadas redacciones se han convertido en jornadas de carestía que suman años completos, son los momentos predilectos de los asesores de comunicación, predispuestos a colocar –vía agencias– las declaraciones más peregrinas de sus jefes.
La Noria del lunes en El Mundo.
Apropiaciones lingüísticas
Una dictadura es, sobre todo, un dictador. Lo escribió Eduardo Haro Tecglen, maestro del columnismo literario, en una vieja colección de libros que durante la Santa Transición estuvo de moda y cuyo objeto era enseñar a los españolitos del tardofranquismo algunos de los conceptos básicos de la incipiente democracia, que por entonces no sólo empezaba en las Españas, sino que era rara avis en estos pagos meridionales. Me acuerdo de la frase de Haro Tecglen, utilizada para expresar de forma muy concreta el terrible fenómeno de los gobiernos despóticos, siempre vinculados a la figura del censor o el caudillo, por evocación, al hilo de los últimos análisis sobre política hispanoamericana –materia de la que cada día se sabe menos en España– que he leído en los periódicos patrióticos.
Los dichos y los hechos
Existe una diferencia sutil, pero esencial, entre la verdad y sus simulacros. Se llama verosimilitud. Es el territorio donde trabaja la literatura de ficción y también la política, que se ha convertido en un relato de buenas intenciones en el que la acción no abandona el burladero de la retórica.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
