Cuentan los oráculos (sagrados) del Quirinale que el Reverendísimo en persona ha elegido este año la noble plaza de Bailén, gloria de la Sierra Morena, una de las múltiples patrias del aceite de oliva, ese oro líquido de la Marisma, celebérrima por la famosa batalla que el 9 de julio de 1808 vio caer ante la decidida furia de los patriotas españolas al ejército napoleónico, para lanzarnos –y no se trata de una metáfora– el habitual mensaje de fin de año, que nadie (en su sano juicio) necesita y que, a la vista del espíritu español que últimamente inspira las comparecencias de su vocero, que a este paso va a terminar hablando más de Cataluña que de la República Indígena, resulta a todas luces completamente innecesario. Detrás del Rey no debería dar la chapa institucional nadie más. Lo pensábamos antes, cuando tocaban las felicitaciones de Borbolla, Chaves, Griñán y Su Peronísima, y lo pensamos ahora, con el Gran Laurel. Por supuesto, no servirá de nada. Il Presidentino ha preparado su speech con esmero, dedicación y esa extraordinaria sensibilidad que le caracteriza.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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