La desesperación hace milagros. Zoido (Juan Ignacio) ha decidido que su tercer año de mandato (ya no podemos decir triunfal, aunque así empezase) va a baja los impuestos a los sevillanos. Aleluya, dirá alguno. Conviene tener prudencia: la rebaja fiscal anunciada esta semana por el alcalde hispalense puede ser más relativa de lo que se augura en función de lo que haga el Estado central con el resto de sus figuras tributarias. A la espera de ver en qué queda la cosa, los datos oficiales indican que el descenso general en este tributo local será el próximo año de un 13%, lo que se traduce en un ahorro teórico de 52 euros al año en la factura del IBI. El impacto que esta decisión tendrá en las arcas municipales asciende a 33 millones de euros.
¿Vale 33 millones de euros la Alcaldía? Porque lo cierto es que, pese a que la versión oficial diga que la rebaja fiscal se hace en cumplimiento del programa electoral del PP, la causa real de tan repentina generosidad municipal –después de dos años de cobrar por casi todo, hasta por el aire– no parece estar en el programa saneamiento municipal, que tan sólo ha dilatado en el tiempo la deuda, sino en la incertidumbre electoral creciente que, a medida que pasa el tiempo, más nervioso tiene a un PP sevillano que, a estas alturas, esperaba que ya tendría consolidada la permanencia de Zoido en el poder.
No parece ser el caso. Las encuestas disponibles se guardaron antes del verano en un cajón de la calle San Fernando porque no eran buenas. Nada buenas. Y casi toda la culpa la tienen los dirigentes populares, con el alcalde a la cabeza, que en lugar de tomar decisiones en función de las necesidades de la ciudad –que necesita un alcalde las 24 horas del día– siempre lo ha hecho en clave interna: para ayudar a mantener la posición de fuerza de Cospedal en su batalla contra Arenas por el control del PP en Andalucía. Este factor, y la propia ambición de Zoido, que no quiere cerrarse puertas políticas de mayor enjundia por si las cosas vienen mal dadas en Sevilla, porque al juzgado no piensa volver, explican que el regidor de la capital de Andalucía presida una organización que un año largo después de ganar las elecciones regionales hace aguas por todos lados.
La rebaja fiscal del próximo año en Sevilla es un movimiento político de alcance cuyo objetivo es cambiar la tendencia electoral que ya señalan los sondeos: el desgate político de Zoido es muy superior al esperado. La prueba es que el regalo tributario se ha contado en tres fases (en julio, en septiembre y ahora) para que el mensaje calase. En las dos primeras ocasiones se hizo sin datos. Ahora ya hay números encima de la mesa, lo que vendría a fortalecer el relato que quiere construir el PP: Zoido cumple. Es, desde luego, una manera de verlo.
Hay otras. Por ejemplo: Zoido cumple (una mínima parte de lo que prometió) porque no tiene más remedio. Las cosas no marchan. Se dirá que, en cualquier caso, la coyuntura beneficiará a los ciudadanos. También en este punto conviene no lanzar las campanas al vuelo: mientras el alcalde hace un discurso sobre la justicia y la progresividad de los impuestos municipales sigue invitando a actos públicos a morosos reconocidos de la Hacienda pública o inventándose fórmulas irregulares para condonar sus débitos históricos –cuatro millones de euros– a entidades privadas como el Betis o el Sevilla.
Que Zoido diga que en Sevilla todos pagan sus impuestos es una broma: aquí los que pagan siempre son los mismos. Probablemente si el Ayuntamiento no diera trato fiscal a la carta a los clubes deportivos y otros muchos incumplidores fiscales la rebaja tributaria que nos vende como el gran milagro de su gestión podría haber sido más generosa. Incluso le hubiera permitido bajar el tributo por el sello del coche, que –curiosamente– es el único impuesto local que no va a descender.
En realidad, al gobierno de Zoido le bastaría con hacer cumplir las normas y gestionar mejor para financiarse con métodos menos lesivos para los sevillanos. Por ejemplo, cobrando una tasa por veladores muchos más adecuada a la ciudad abrevadero en la que han convertido a Sevilla. O cobrando las sanciones por el botellón, que sigue campando a sus anchas –con ley andaluza en su contra– todos los fines de semana en la Alfalfa o la Alameda. Claro que, para eso, habría que poner a trabajar a la Policía Local, cuya existencia –al menos en estos dos casos citados– habría que empezar a poner en duda. Así que, si Zoido pretende que le demos las gracias por la rebaja fiscal, conviene que ponga algún cirio en la capilla de alguna de las cofradías de las que es tan devoto. Cambiar la opinión mayoritaria sobre su gestión le va a costar mucho más que 52 euros al año por familia.
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