Albert Einstein, dueño y señor de la relatividad, aseguró en una ocasión que lo importante en la vida no es alcanzar el éxito, sino obtener el prestigio que confiere verdadero valor a las cosas. En política ambos conceptos acostumbran a considerarse sinónimos, acaso porque todos –los electores, primero– hemos aceptado que un triunfo en las urnas decidido por la mayoría es la única unidad de medida válida. Existen, sin embargo, victorias tan rotundas que producen aburrimiento. Y hay derrotas que motivan más que cualquier premio. Si recurrimos a una de estas dos hipótesis para evaluar los seis primeros meses de la segunda legislatura de Moreno Bonilla, el absolutísimo presidente de Andalucía, los hechos indican que se encuentra (atrapado) en el primer silogismo. El segundo, transitorio, pasó a la historia –junto a Susana Díaz, primero; y a Cs, después– al adelantar los comicios regionales del 19J. Desde entonces, el signore del Quirinale, catapultado por el designio sagrado de los votos –“soy el hombre de moda”, llegó a decir en uno de los debates electorales–, parece haber entrado en una fase de hibernación (sonriente) que nadie se atreve a decir si es pasajera o será permanente.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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