En la fase más temprana de la conquista de América –la etapa antillana– más de un tercio de los españoles que se embarcaban con destino a esas Yndias equivocadas y malditas, como escribió el gran Rafael Sánchez Ferlosio, procedían de Andalucía. Venían, sobre todo, del antiguo reino (castellano) de Sevilla, que se extendía desde la gran capital meridional, puerta y puerto de América en la Península Ibérica, hasta las actuales provincias de Huelva y Cádiz. Casi la mitad de quienes que surcaron por su propia voluntad, o a la fuerza, el Atlántico esos siglos eran andaluces y extremeños. Desesperados unos, esperanzados otros. Inseguros todos. Los canarios comenzaron siendo una minoría, favorecida por la escala (obligada) de los barcos en el archipiélago, pero pronto se sumaron a la nueva genética del Nuevo Mundo. De ahí que el alumbramiento del español de América, que es una variante del castellano que desde las costas de La Española y Cuba viajó a Veracruz, a México y progresivamente fue extendiéndose al resto del continente, esté entreverado, fundido, con la manera de hablar la lengua de Cervantes que tenían los hombres –las mujeres eran contadas– del Sur.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.