En campaña electoral -seamos sinceros- se dicen muchas tonterías. Demasiadas. A veces nos gustaría escuchar a algún candidato guardar un poco de silencio. No decir niente. Sería un gesto admirable: un político que, como no tiene verdaderamente nada nuevo que decirle a sus votantes, les obsequia con un educado callarse en lugar de darles la brasa preguntándoles por su familia, su vida o sus aspiraciones, que -indudablemente- no son las suyas, porque el ciudadano medio no se pasa la vida viviendo del presupuesto. Se limita a pagar impuestos, por lo general a cambio de nada. Sabido es que una de las virtudes de los grandes prohombres consiste en ser señores de sus silencios y esclavos de sus palabras. Pero en la Marisma se hace lo contrario: los próceres, y los aspirantes a concejal, que en estas municipales son mayoría, ejercen de condotieros en sus discursos -total, se los escriben otros- y no suelen sentirse obligados por sus promesas. Una vez están en la poltrona, se limitan a no cumplirlas.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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