Sostiene Chomsky, tan querido por los profesores de Comunicación que se consideran a sí mismos héroes en fiera y desigual lucha contra el capitalismo mediático, que la propaganda en una democracia ejerce una función equivalente al uso de la fuerza en un Estado totalitario. La diferencia, básicamente, consiste en el método: con una porra se golpea el cuerpo; con la propaganda, en cambio, se sacude al cerebro. La tesis es exacta, sobre todo, en el caso de las televisiones públicas, que han sido –y aún son– los grandes medios de masas, con permiso de las redes sociales. No existe ningún gobierno, del signo político que sea, que no crea que es una cuestión capital para llegar al poder, primero; y para retenerlo, después, utilizar de forma partidaria las corporaciones audiovisuales nacidas al cobijo del marco autonómico.
Canal Sur, la maldición y el deseo
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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