Desde que Cervantes les escribiera un coloquio filosófico y Buñuel y Daaaaalí rodaran El perro andaluz, joya del primer surrealismo con imágenes animadas, supuestamente para burlarse de Lorca, las equivalencias metafóricas entre el hombre y el perro se interpretan como insultos basados en el mecanismo degradante de la animalización, en vez de como elogios. Un sinsentido: los canes, en casi todas sus variantes, son almas nobles. Los mejores amigos del ser humano. Sus más leales y esforzados servidores. Quien no tiene amigos puede comprar un perro para consolarse y ahorrarse todo el absurdo pastoreo social. Quien aspira en a que alguien le mueva alegremente la cola cuando llega a casa tiene en los perros unos extraordinarios y devotos actores. Los sabuesos hacen compañía, obedecen sin discutir –que no hablen es otra ventaja– y nunca desfallecen en el servicio a sus respectivos amos. Muchos no se acordarán porque la memoria, además de selectiva, a ciertas edades es débil, pero hace cuatro años el Reverendísimo y el Adelantado Marín, envidia de las academias, prodigio de los ateneos, se enfrentaron en un breve duelo a florete porque Il Presidentino, en el fragor de la campaña electoral de la Grande Carambola, llegó a comparar al candidato del liberalismo meridional (que en paz descanse) con un perro.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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