Los políticos suelen decirle a la gente aquello que desean oír para llegar al poder y, una vez allí, terminan haciendo lo contrario. Entre las necesidades generales y las particulares, que básicamente son las suyas, no dudan: su interés está primero. Las generaciones más recientes de esta estirpe -hablamos de una clase endogámica que se perpetúa a sí misma- tienen además un pánico ancestral al riesgo. Sus mayores podían ser mejores o peores, ladrones u honrados, pero en mayor o menor medida asumían algún tipo de responsabilidad por sus actos. No es el caso de los benjamines: la posibilidad no ya de perder unas elecciones, sino de no gozar de la popularidad que ambicionan -que es toda- les convierte en conservadores prematuros. Si hay riesgo, hay vida (inteligente). Sin atrevimiento sólo cabe la rutina.
La Noria
Feudalismo en Los Palacios
Los políticos indígenas, que no son precisamente una raza en peligro de extinción, sino que gozan de una salud envidiable, son seres muy apegados a los valores de la tierra. Tanto que no han abandonado, a estas alturas del siglo, su afición por el materialismo agrario. Hemos visto un ejemplo hace unos días en Los Palacios (Sevilla), donde los tres únicos concejales que le quedaban al PSOE en el Ayuntamiento, enfrentados a la dirección del partido en la localidad, se han exiliado voluntariamente al grupo mixto, abandonando la organización bajo la que se presentaron a las últimas elecciones municipales. Nada extraño. Los dimitidos, que seguirán como concejales no adscritos, mantienen un enconado litigio con la actual dirección local de los socialistas, que no levantan cabeza desde 2011, cuando, tras más de dos décadas y media de gobierno, tuvieron el mérito de llevar al Consistorio, y también a la Mancomunidad de Municipios del Bajo Guadalquivir, a la ruina más absoluta, previa pérdida de la Alcaldía.
Los pobres no tienen alcalde
Decíamos ayer, a la manera de Fray Luis, que el optimismo que mueve al gobierno municipal de Sevilla, que sigue pensando que dirige una agencia de viajes en vez de un Ayuntamiento, la primera empresa de las ciudades que no tienen empresas, es superlativo. Hasta el punto de querer ver un bosque de felicidad donde sólo encontramos desgracias. A Espadas siempre habrá que agradecerle el milagro de haber sacado -con ayuda ajena- a Zoido de una Alcaldía que nunca debió ocupar, pero ni una sola cosa más. Su gestión no ha pasado de ser una medianía amable. Insuficiente para Sevilla, cuyos problemas sociales, laborales y sanitarios no se corresponden ni con las prioridades oficiales ni con las decisiones municipales.
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El alcalde terrestre
Ted Kennedy, el patriarca más longevo de la Camelot norteamericana, y el único que no falleció por muerte violenta, decía que en la política ocurre como en las matemáticas: todo lo que no es totalmente correcto está mal. Es el único reproche que podemos hacerle al alcalde de Pedrera, Antonio Nogales (IU), que ha sido protagonista -a su pesar- de la jauría en la que se ha convertido la política posmoderna, esa lucha infame por el poder que consiste en mentir sin freno a través de las redes sociales sin pagar ningún coste. El regidor, que desde hace una década dirige el ayuntamiento de esta localidad de la Sierra Sur, tierra dura de jornaleros y canteras, dijo para intentar calmar a una horda de vecinos irritados en contra de la minoría de origen rumano que también vive en el pueblo que a él le gustaría ver a mucha gente fusilada, pero que este camino no conduce absolutamente a ninguna parte.
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Espadas, el ‘volteriano’
Suponemos que los Reyes Magos, que son los padres, como demostró este año Chiquetete, han debido traerle al alcalde de Sevilla un libro de Voltaire. Si es así, es un excelente regalo. El ilustrado francés escribió que el optimismo es una locura que consiste en insistir en que todo está bien cuando todos somos desgraciados. Y precisamente eso es lo que hace nuestro regidor, por el que confesamos nuestra más rendida admiración (ma non troppo), todo el rato. Todos los días. Incluidas las noches. Las 365 jornadas del año. Con lluvia (escasa) o con sol (abundante), el hombre ve el mundo de color de rosa. Vive en un trip. Según su óptica, la botella siempre está llena. Y el botellón, ese vicio pertinaz, sólo es una simpática costumbre de los adolescentes meridionales, reconducible además a través de actividades culturales.
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