Los políticos suelen decirle a la gente aquello que desean oír para llegar al poder y, una vez allí, terminan haciendo lo contrario. Entre las necesidades generales y las particulares, que básicamente son las suyas, no dudan: su interés está primero. Las generaciones más recientes de esta estirpe -hablamos de una clase endogámica que se perpetúa a sí misma- tienen además un pánico ancestral al riesgo. Sus mayores podían ser mejores o peores, ladrones u honrados, pero en mayor o menor medida asumían algún tipo de responsabilidad por sus actos. No es el caso de los benjamines: la posibilidad no ya de perder unas elecciones, sino de no gozar de la popularidad que ambicionan -que es toda- les convierte en conservadores prematuros. Si hay riesgo, hay vida (inteligente). Sin atrevimiento sólo cabe la rutina.
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