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Letra Global

Estafas literarias por encargo

carlosmarmol · 21 abril, 2019 · Deja un comentario

La fórmula más infalible que existe para mentir con éxito consiste en decir la verdad. Hacerlo es además la única manera de hacer literatura, un arte paradójico que construye mundos ficticios para enseñarnos a entender mejor el universo de lo inmediato. Se trata de un oficio imposible. A menudo no se considera tal y tampoco da para vivir. Acaso la mejor estampa de lo menesterosa que es la condición natural de un poeta, que así llamaban los antiguos clásicos a todos los escritores, sea la pintura que ilustra esta disidencia: un lienzo del pintor romántico Carl Spitzweg que muestra a un vate solo en su buhardilla, sin nada más que sus viejos libros y una estufa, contando las sílabas de los versos con los dedos. La pieza tiene un aire cómico. El tipo nos parece entrañable porque es víctima de su propia obstinación: ha vendido ya cuanto tenía para calentarse –pueden verse los tejados nevados tras su ventana– y continuar escribiendo. Sin mesa, sin silla y con una botella de vidrio como candelabro; solo, encerrado dentro de su propio abrigo, el famélico poeta trabaja en un jergón y se protege con un paraguas de las goteras, ajeno a la miseria que le rodea y consagrado a su arte sublime.

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Lorca, el debutante

carlosmarmol · 13 abril, 2019 · Deja un comentario

Podría entenderse como lo que es: una impertinencia. Pero lo pensamos desde hace mucho tiempo y en contra de la opinión general. La verdadera calidad de página de un escritor –ya sea en acto o en potencia– se vislumbra, antes que en las líneas de sus obras mayores, en aquellas otras que pertenecen a los libros fragmentarios, menores, alimenticios o secundarios que alumbran todas las trayectorias literarias (que en el mundo han sido). Ocurre con los grandes nombres y con los poetas menores. Y, por supuesto, la norma se cumple sin excepción en el caso de los autores intermedios. Un ejemplo palmario es el caso de Federico García Lorca, poeta mayúsculo al que la leyenda de su tragedia personal –ese asesinato sin tumba– ha hecho tanto bien como mal, diríamos que casi a partes iguales.

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Las muertes de Edgard Allan Poe

carlosmarmol · 7 abril, 2019 · Deja un comentario

Edgard Allan Poe (1809-1849) tuvo lo que los argentinos llamarían una muerte bizarra. Sobre el suceso, acontecido en la portuaria ciudad de Baltimore, muy lejos de su Boston natal y de Richmond, el amplio territorio sureño de su crianza adoptiva, a años luz de distancia mental de Filadelfia, la urbe norteamericana que se disputa con Nueva York los restos virtuales de su efímero decurso en la tierra, circulan un sinfín de teorías. En general contradictorias o indemostrables. Unas hablan de un suicidio fallido que derivó en una intoxicación etílica cósmica de consecuencias fatales; otras señalan la posibilidad (sugerente) de un asesinato dramático cometido por la envidia de alguno de los colegas de su gremio –el periodístico–; las tesis más decadentes sostienen que su prematuro deceso fue como un cuento de muñecas: el poeta norteamericano, circunstancialmente de paso por Baltimore en una gira para recaudar fondos con los que publicar su propio periódico —The Stylus–, habría sido emborrachado y vestido con ropas ajenas para ser usado como falso votante en unas elecciones locales y, tras cumplir la infame labor de sufragista-marioneta, fue abandonado en un callejón a su suerte. Incluso existe una teoría que lo sitúa, enfermo de rabia, en una taberna con la peor ralea de la húmeda civitas portuaria, fumando pipas colmadas de opio y heroína.

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La ley de la gravedad

carlosmarmol · 31 marzo, 2019 · Deja un comentario

El buenismo es la religión (laica) de nuestros días. Y la dictadura de lo políticamente correcto la enfermedad (creciente) de los imbéciles. La noticia es de esta misma semana: la empresa portuguesa Porto Editora, que se dedica a elaborar material didáctico, ha censurado algunos versos de la Oda Triunfalescrita por Fernando Pessoa, probablemente el mayor de los poetas lusos tras Camões, al amparo del disfraz de uno de sus famosos heterónimos; en este caso Álvaro Campos, una de sus múltiples personalidades líricas. El argumento de la empresa para adoptar esta decisión –según las agencias de noticias– es la «preocupación didáctico-pedagógica» que, a su juicio, presentaba el hecho de que el autor del Libro del Desasosiego mencionara en algunos versos términos como «putas» y «masturbación». La obra estaba destinada a alumnos con más de 17 años. Hasta aquí, los hechos ciertos.

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Galdós, la llama que quema

carlosmarmol · 23 marzo, 2019 · Deja un comentario

Fue un “bachiller aplicadito”, según sus propias confesiones crepusculares, publicadas por la revista La Esfera bajo el irónico título de Memorias de un desmemoriado, que dictó, siendo ya completamente ciego y, por supuesto, absolutamente pobre, como corresponde a cualquier intelectual español. En ellas no cuenta ningún detalle personal, haciendo honor a la sabia costumbre de situar entre su intimidad y la atención de los demás una muralla, a ser posible china. “Las confianzas con el público me revientan. No me puedo convencer de que le importe a nadie que yo prefiera la sopa de arroz a la de fideos…”, le escribió en su día a Leopoldo Alas, el Clarín de nuestras letras. Benito María de los Dolores, cuyo nombre completo parece una fábula mágica, tan divertida como su extraña condición de isleño mareante –que es lo contrario a un perfecto marino, alguien que se marea nada más dejar de pisar tierra firme–, sentía una mística devoción por las señoritas y por el trasiego de las calles. Se cuenta que su familia, aprovechando los posibles de la rama de ultramar de la estirpe, lo mandó a Madrid a estudiar Derecho para alejarlo de Sisita, su hermosa prima cubana, cuyo verdadero nombre era María Josefa Washington de Galdós, que fue entregada en un repugnante matrimonio de conveniencia a un insigne prohombre en Trinidad, la perla colonial de la mayor de las Antillas.

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Ilustraciones: Daniel Rosell