Pedro Sánchez empieza a parecerse al Pablo Iglesias de las elecciones regionales de Madrid, justo antes de cortarse la coleta. El presidente bajó ayer a Cuevas de Almanzora (Almería) para intentar sacudirle la depresión al PSOE meridional. Su mensaje: estamos orgullosos de ser rojos. “Los socialistas no votamos a la derecha”, añadió, solícito, dedicado, Juan Espadas, su ayudante de cámara, con el anhelo de animar a sus huestes con el resorte –antaño infalible– de la emoción identitaria. La cosa se quedó en un pellizco de monja. A trece días para el final de la campaña, ya no se sabe qué es mejor para los socialistas: si que sus simpatizantes no salgan de casa el 19J, como ocurrió en 2018, o que vayan a las urnas. Su problema ha dejado de ser la desmotivación, tan temida, para transformarse en lo que ellos consideran una traición y no es más que la libertad: uno de cada diez electores del PSOE está debatiéndose entre el voto devocional y el sufragio pragmático (a favor del PP).
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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