Fernando Savater, uno de los indiscutibles sabios de este país, acostumbra a decir que una de las características del desastre español, ese fantasma que creíamos muerto y enterrado, pero que cada cierto tiempo resucita para desmentirnos, es que cada gobierno que alcanza el poder cambia, sin dudarlo un punto, la ley de educación implantada por su inmediato antecesor. Da lo mismo si la pragmática –usamos aquí el noble término cervantino– es buena o mala, bienintencionada o sencillamente estéril. No importa: se altera porque se trata de una ley ajena, hecha por otros, incurriendo en lo que podemos calificar como una reforma sectaria.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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