En 1668, Año del Señor (como todos), Rembrandt, maestro del barroco holandés, dibuja un lienzo en el que representa, sobre un generoso fondo terroso, su visión imaginaria de la escena evangélica del hijo pródigo. Un progenitor con barbas levíticas abraza en este cuadro a su vástago, que se exhibe arrepentido y, en cierto sentido, mansamente humillado: de rodillas, vestido con una túnica convertida en harapos, prácticamente descalzo, con cabello escaso y de espaldas. Su rostro, desdibujado, parece encarnar la frase que Jorge Luis Borges escribió en La forma de la espada: “Lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos los hombres”. La imagen, cobijada en el Hermitage de San Petersburgo, es una traslación del mito ancestral de la piedad paterna al presente histórico del pintor. Es sabido que uno de los rasgos de los cuadros bíblicos del artista neerlandés es su capacidad para crear iconografías que, más que representar a los personajes sagrados, se acercan a los tipos de los judíos de Ámsterdam. Algo análogo sucede en la vida política de Andalucía: el espectáculo se asemeja a un déjà vu –algo ya visto y oído con anterioridad– que, no obstante, es inequívocamente presente. Inminente.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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