En Andalucía se entierra mejor que en ningún otro sitio. A pleno sol, bajo un cielo muy azul y con un intenso aroma de nardos. Ocurre, sobre todo, si el difunto ha gozado en vida del aprecio público y ha sido merecedor de los elogios, con frecuencia alimentados por el interés terrestre, de la mayor parte de los notables de la sociedad. Es el caso de Manuel Clavero Arévalo, abogado, catedrático de Derecho Administrativo, ex rector de la Universidad de Sevilla durante el tardofranquismo y ministro de los gobiernos de Adolfo Suárez en los tiempos del alumbramiento –feliz para unos, caótico para otros– de la Santa Transición. El jurista andaluz, que a los 95 años ha dicho adiós a una existencia larga, intensa y afortunada, marcada por su devoción al tenis, los premios y los galardones, disfrutaba desde hace décadas, prácticamente desde que abandonó la política activa por falta de dinero y seguidores suficientes, del extraño privilegio de formar parte del panteón de santos laicos de la gran autonomía del Sur, construida gracias a la coyunda entre sus partidarios –escasos, pero muy influyentes– y el socialismo más temprano, que pasó del marxismo al regionalismo pragmático en cuanto descubrió las indiscutibles ventajas que supone para una generación fundar una patria, aunque sea de forma difusa, como método para instaurar una dinastía.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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