Los gestos nos definen. Más incluso que las palabras. Habrán notado ustedes, apreciados indígenas, que desde que el coronavirus irrumpió en nuestras vidas (trayendo su inmenso océano de muertes), entre la clase política se ha generalizado la costumbre de saludar con los coditos. Lo decimos en diminutivo por mantener la ternura y porque en las cuestiones anatómicas, como en otras, no rige la ley (artificial) de la igualdad. Cada uno tiene los codos que le ha asignado la naturaleza. Unos, cortos; otros, larguísimos. Hay quien usa los codos para estudiarse los asuntos sobre los que debe legislar -herencia de la educación tradicional- y los que únicamente los usan para rellenar las coderas de las chaquetas. Llámenlo pluralidad. Esta semana hemos visto al Reverendísimo Bonilla practicar el protocolo del codito con gran habilidad. ¡Admirable! Se ve que domina la materia tanto como el toreo de salón, que en los pasillos del Quirinale puede practicarse sin grandes problemas.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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